Una de las primeras cosas en las que hacen hincapié todos los manuales y libros de meditación es la importancia que tiene que seamos capaces de observar nuestra propia respiración. Observar la respiración suele pasar al principio, por simplemente sentarnos, entornar los ojos y contar el número de respiraciones que realizamos a lo largos de diez o quince minutos. Esto que parece bastante sencillo, es en realidad la base sobre la que se asienta toda la meditación oriental.
Como os podéis imaginar, estar presentes en todo momento observando nuestra respiración no es tan sencillo como parece cuando se lee en un libro. La mente, especialmente si no estamos acostumbrados, tiende a distraerse continuamente, bien fantaseando con el futuro, bien recordando el pasado.
Un error bastante común que cometen las personas que se enfrentan por primera vez a la meditación es decirse a sí mismos: “voy a dejar la mente en blanco, no voy a pensar en nada y simplemente voy a concentrarme en mi respiración”.
Este tipo de planteamiento suele conducirnos muy al contrario a una mente mucho más distraída, que se rebela frente a una orden directa que le estamos dando como si fuésemos un sargento.
La actitud correcta es en cambio decirnos a nosotros mismos:“sé que mi mente se va a distraer, pero tengo que aceptar lo que surja tal y como surja”. De esta forma cuando nos demos cuenta que nuestra mente no está donde debería (en nuestra respiración) lo único que deberemos de hacer es “corregir su posición” sin realizar un juicio de valor.
Al principio nos costará bastante, pero si realizamos esta práctica durante semanas (incluso meses) pronto nos daremos cuenta de que no nos sentimos tan estresados, que nos concentramos mejor cuando realizamos una tarea y que en general nos sentimos mejor con nosotros mismos. Y es que pocos consejos han tenido tanta importancia en la historia de la humanidad como el que dice “no te olvides de respirar”.
Fuente: Cuaderno de Yoga, 17 de noviembre de 2009
Por sadhaka
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