Hoy se celebra el día de muertos en México. El domingo fui con mi familia a pasear al Parque Juárez, la plaza principal de la ciudad de Xalapa. Como todos los domingos el parque estaba abarrotado de gente paseando y de vendedores que ofrecen todo tipo de baratijas, globos y alimentos.
Imágenes pintorescas, la gente compra y se divierte, un cambio de su rutina de la semana. Los globos multicolores le dan alegría a los niños. Objetos pasajeros, que eventualmente terminan desinflándose o explotando. Objetos que nos hacen pensar en la temporalidad de las cosas. En que todo tiene un comienzo y un final, que nada es duradero.
Una diversión que dura unos cuantos días, Unas cuantas horas. Que los niños, y algunos adultos, disfrutan durante algunos momentos pero que eventualmente termina y que se deja ir. Tal vez permanezca un recuerdo del momento. Pero el globo no es algo a lo que se aferre uno. Ya habrá otro en el próximo paseo.
Lo mismo sucede con las baratijas. Pequeños juguetes que duran unos cuantos días, unas cuantas semanas antes de que se rompan o que queden olvidados en un rincón de la casa.
Antes las cosas duraban más. Estaban mejor hechas. Ahora cada vez duran menos, y no sólo los globos y las baratijas. En la sociedad de consumo en la que vivimos, las cosas cada vez se hacen para durar menos, para que tengamos que comprar otra. Y todavía algunos nos quejamos, queremos que duren más, que no se descompongan, que no se rompan, que no se acaben. Y no nos damos cuenta que nada es duradero, que todo se acaba tarde o temprano, que todo cambia constantemente. El consumismo nos da una lección que no queremos aprovechar, que no vale la pena aferrarnos a los objetos, porque tarde o temprano, hoy en día cada vez más temprano, se acaban.
Pero este día trae algo más otra lección de la impermanencia. El día de muertos. En los portales del palacio de gobierno hay una muestra de altares del día de muertos.
El arco floral que lo rodea representa la entrada de los difuntos al cielo; los colores morado y blanco, la religión y el luto. La Virgen del Carmen, el crucifijo y el rosario representan la salvación de las almas. Las velas y los cerillos sirven para alumbrar su camino de regreso. El incienso representa la adoración de los seres espirituales.
El camino de flores de cempasúchil que conduce al altar le muestra a los difuntos en dónde se encuentran las ofrendas.
Las ofrendas consisten en los alimentos y las bebidas preferidas por el difunto. En alguno de sus objetos personales. Se trata de hacer que el difunto pase algunos momentos agradables como lo hacía en vida. Y desde luego el tradicional pan de muertos con sus adornos que representan huesos.
En esta ocasión en los altares están dedicados a los héroes de la revolución, ya que celebramos el centenario de la revolución y el bicentenario de la independencia.
Altares que se ofrecen a los muertos, con la creencia de que regresan a este mundo.
Pero sin embargo está es otra lección de que la vida termina, de que la vida no es permanente. Muchos ya se fueron, otros todavía estamos aquí pero algún día nos iremos.
El altar de la familia, para recordar a nuestros seres queridos que ya no están. Y aunque al recordarlos me invade la tristeza, debo comprender que no debo aferrarme, tampoco se trata de olvidarlos, lo mejor es recordar sus enseñanzas y lo que dejaron a su paso por esta vida.
Alfredo Amescua V.
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