sábado, 9 de abril de 2011

Meditar en la naturaleza

Hace muchos años, cuando era joven, muy joven, solía ir a un bosque con unos amigos y me sentaba a meditar cerca de un riachuelo. Aunque recuerdo esas meditaciones, en realidad las había olvidado.

En mis recuerdos, sólo quedaban las imágenes del lugar, la hierba, el agua del arroyo, las piedras, los árboles. Pero había olvidado los olores, los sonidos, la tranquilidad que sólo se puede sentir en la naturaleza.

Soy un citadino empedernido, nací y crecí en una gran ciudad; el asfalto, el ladrillo, el acero, el vidrio han sido el entorno que me ha rodeado la mayor parte de mi vida. Y digo la mayor parte porque en ocasiones pasaba un rato en algún parque, o unas vacaciones en la playa.


Pero ahora he vuelto a descubrir la belleza, la calma, de la naturaleza. La calma que le puede dar a mi mente. Hace un mes empecé a hacer ejercicio, necesito bajar de peso y recuperar algo de mi condición física, afectada por más de 40 años de ser un fumador empedernido.

Fui a un parque en el que ya había estado en esta ciudad en donde vivo ahora. Camino de 20 a 40 minutos por sus senderos, rodeado de exuberante vegetación y luego me siento a meditar otros 20 o 30 minutos.


Llevo a mi hijo a la escuela por las mañanas y apenas después de la salida del sol llego al parque de los Tecajetes. A veces hay algo de niebla, a veces está soleado. Empiezo a caminar fijando mi atención en la respiración, me fuerzo a respirar sólo por la nariz, ya que en las partes de subida empiezo a perder el aliento y me dan ganas de jalar aire por la boca, pero disminuyo un poco el paso y sigo respirando sólo por la nariz. Siento la tierra bajo mis tenis, fijo mi atención en los movimientos de mis piernas, en poner un pie delante del otro, en el latir de mi corazón.


Mis ojos se llenan de imágenes, las imágenes de los senderos de tierra y adoquines. Rodeados de grandes árboles y una gran cantidad de plantas y flores. Examino los recovecos que forman los senderos serpenteantes, con bancas y mesas de piedra. Un pequeño arroyo serpentea por todo el parque, forma estanques, moldeados con rocas, llenos de plantas, de peces, de tortugas. Llenos de vida



En las partes altas, miro a mis lados y descubro los paisajes que se forman en el parque.




Voy casi todos los días, y cada día descubro un nuevo parque, aunque es el mismo, no lo es. Cambia día a día. A estas horas de la mañana hay poca gente, algunos caminan como yo, otros corren, algunos más juegan basketball en el área deportiva. Cada uno inmerso en si mismo, inmerso en su rutina, en su caminar, en su correr. Me pregunto si sólo están ahí por el ejercicio o si también disfrutan el momento como yo.

Le doy dos o tres vueltas al parque, por un sendero que lo rodea. Y luego me siento en una banca de piedra casi al ras del suelo. Medito. Me rodea el sonido del agua cayendo por las rocas. A ambos lados el sonido es diferente. Cambia el ritmo. Me rodean plantas, árboles y agua.
Estoy en medio de la ciudad, prácticamente en el centro de Xalapa, sin embargo los ruidos de los autos se escuchan lejanos. Un paraíso de la naturaleza en medio de la ciudad.




Vuelvo a descubrir la naturaleza, la calma que sólo se obtiene en ella. Y ahora así es como doy comienzo a mis días. Voy al parque a caminar y a meditar después de haber hecho algo de Yoga en casa.

Alfredo Amescua

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