miércoles, 2 de febrero de 2011

El Legado de Krishnamacharya 5

Por Fernando Pagés Ruiz

Mantener viva la flama

Aunque nació en una familia de yoghis, Desikachar no sintió ningún deseo de seguir esa vocación. De niño, huía cuando su padre le pedía que hiciera asanas. Krishnamacharya lo atrapó una vez, ató sus manos y pies en Baddha Padmasana (Postura del loto atado) y lo dejo atado durante media hora. La pedagogía como esta no motivaba a Desikachar a estudiar Yoga, pero eventualmente la inspiración llegó por otro camino.

Despues de recibirse de ingeniero en la universidad, Desikachar regresó con su familia para una visita corta. Estaba en ruta a Delhi, en donde le habían ofrecido un buen trabajo con una compañía europea. Una mañana, mientras Desikachar estaba sentado en los escalones leyendo un periódico, vio un gran automóvil americano acercarse por la calle angosta frente a la casa de su pader. Justo entonces, Krishnamacharya salió de la casa, vestía únicamente un dhoti y las marcas sagradas que señalaban su devoción de toda la vida al dios Vishnu. El automóvil se detuvo y una mujer de edad media de apariencia europea salto del asiento trasero gritando “¡Profesor, Profesor!. Corrió hacia Krishnamacharya y lo abrazó.

Desikachar se debe haber puesto pálido cuando su padre le regresó el abrazo a la mujer. En aquellos tiempos, las mujeres occidentales y los Brahmins simplemente no se abrazaban – especialmente a la mitad de la calle, y especialmente no un Brahmin tan tradicional como Krishnamacharya. Cuando la mujer se fue. “¿Por qué?” fue todo lo que Desikachar pudo tartamudear. Krishnamacharya le explicó que la mujer había estudiando Yoga con el. Gracias a la ayuda de Krishnamacharya, se había podido quedar dormida la noche anterior sin usar drogas por primera vez en 20 años. Tal vez la reacción de Desikachar a esta revelación fue la providencia, o el karma, ciertamente, esta evidencia del poder del Yoga le dio una curiosa epifanía que cambió su vida para siempre. En un instante, decidió aprender lo que su padre sabía.



Krishnamacharya no recibió bien el recién adquirido interés de su hijo por la Yoga. Le dijo a Desikachar que siguiera su carrera de ingeniero y dejara la Yoga en paz. Desikachar se negó a escuchar. Rechazó el empleo en Delhi, aceptó un trabajo en una compañía local y acosó a su padre para que le diera lecciones. Eventualmente Krishnamacharya cedió. Pero para asegurarse del interés de su hijo – o tal vez para desanimarlo – Krishnamacharya le exigió a Desikachar empezar con las lecciones a las 3:30 de la mañana todos los días. Desikachar aceptó someterse a los requerimientos de su padre pero insistió en una condición suya. Nada de Dios. Un ingeniero iflexible, Desikachar pensó que no tenía ninguna necesidad de una religión. Krishnamacharya respetó su deseo y empezaron sus lecciones con asanas y cantos del Yoga Sutra de Patanjali. Ya que vivían en un departamento de una sola habitación, toda la familia se veía forzada a unirse a ellos, aunque medio dormidos. Las lecciones continuaron durante 28 años, aunque no siempre tan temprano.

Durante los años en los que le enseñó a su hijo, Krishnamacharya continuó refinando el enfoque Viniyoga, adpatanod los métodos Yoga para los enfermos, mujeres embarazadas, niños – y desde luego, aquellos que buscaban iluminación espiritual. Llego a dividir la práctica de Yoga en tres etapas representando la juventud, la edad madura y la vejez. Primero, desarrollar fuerza muscular y flexibilidad; segundo, mantener la salud durante los años de trabajo y de criar a una familia; finalmente, ir más allá de la práctica física para enfocarse en Dios.

Desikachar obervó que, conforme progresaban los estudiantes, Krishnamacharya empezaba a darle énfasis no solo a las asanas más avanzadas, sino también a los aspectos espirituales de la Yoga. Desikachar se dio cuenta de que su padre sentía que cada acción debía ser un acto de devoción, que cada asana debía llevar a una calma interna. Similarmente, el énfasis de Krishnamacharya en la respiración quería transmitir implicaciones espirituales junto con los beneficios psicológicos.

De acuerdo a Desikachar, Krishnamacharya describía el ciclo de la respiración como un acto de entrega: “Inhala, y Dios se te acerca. Sostén la inhalación, y Dios permanece contigo. Exhala, y te aproximas a Dios. Sostén la exhalación, y entrégate a Dios”.

Durante los últimos años de su vida, Krishnamacharya introdujo los cantos Védicos en la práctica de Yoga, siempre ajustando la cantidad de versos para igualar el tiempo que el estudiante debía mantener la postura. Esta técnica les ayuda d los estudiantes a mantenerse enfocados y también les proporciona un paso hacia la meditación.

Al pasar a los aspectos espirituales del Yoga, Krishnamacharya respetaba el origen cultural de cada uno de sus estudiantes. Una de sus antiguas estudiantes, Patricia Miller, que ahora enseña en Washington D.C., lo recuerda dirigiendo una meditación ofreciendo alternativas. Instruía a sus estudiantes para que cerraran los ojos y observaran el espacio entre las cejas y luego decía, “Piensen en Dios, si no en Dios, en el sol, si no en el sol, entonces en sus padres”. Krishnamacharya sólo ponía una condición, explica Miller: “Que reconociéramos un poder más grande que nosotros”.

Preservando el legado.

Hoy Desikachar extiende el legado de su padre supervisando la Krishnamacharya Yoga Mandiram en Chenai, India, dónde se enseñan todos los enfoques contrastantes del Yoga de Krishnamacharya y donde se traducen y publican sus escritos. Con el tiempo. Desikachar abrazó todas las enseñanzas de su padre, incluyendo su veneración a Dios. Pero Desikachar también entiendo el escepticismo occidental y enfatiza la necesidad de quitarle al Yoga sus simbolismos hindúes para que siga siendo un vehiculo para toda la gente.

La visión del mundo de Krishnamacharya estaba arraigada en la filosofía Védica, el occidente moderno está arraigado en la ciencia. Educado en ambas, Desikachar ve su papel como el de un traductor, transmitiendo la antigua sabiduría de su padre a los oídos modernos. El principal enfoque tanto de Desikachar como de su hijo, Kausthub, es compartir la antigua sabiduría Yoga con la siguiente generación. “Les debemos a los niños un mejor futuro”, dice. Su organización da clases de Yoga a los niños, incluyendo a los minusválidos. Además de publicar historias apropiadas a su edad y guías espirituales, Kausthub está desarrollando videos para demostrar técnicas para enseñarles a los niños usando métodos inspirados por el trabajo de su abuelo en Misor.

Aunque Desikachar se pasó casi tres décadas como alumno de Krishnamacharya, dice haber vislumbrado apenas lo básico de las enseñanzas de su padre. Tanto los intereses como la personalidad de Krishnamacharya parecían un kaleidoscopio; la Yoga era sólo una pequeña parte de lo que sabía. Krishnamacharya también estudió disciplinas como filología, astrología y música también. En su propio laboratorio Ayurvédico, preparaba recetas herbales.

En la India, todavía es conocido más como un sanador que como un yogui. También era un chef gourmet, un horticulturista y un astuto jugador de cartas. Pero el aprendizaje enciclopédico que a veces lo hacía parecer distante e incluso arrogante en su juventud – “Intoxicado intelectualmente”, como lo caracteriza amablemente Iyengar – eventualmente dio paso a un anhelo de comunicación. Krishnamacharya se dio cuenta de que mucho del aprendizaje tradicional hindú que atesoraba estaba desapareciendo, así que abrió su vasta reserva de conocimientos a cualquiera con un sano interés y suficiente disciplina. Sentía que la Yoga se tenía que adaptar al mundo moderno o perecería.

Una máxima hindú sostiene que cada tres siglos nace alguien para energizar una tradición. Tal vez Krishnamacharya era un avatar así. Mientras que tenía un enorme respeto por el pasado, tampoco dudaba en experimentar e innovar. Al desarrollar y refinar diferentes enfoques, hizo que la Yoga se hiciera accesible para millones. Eso, finalmente, es su más grande legado.

Tan diversas como se han hecho las prácticas de los diferentes linajes de Krishnamacharya, la pasión y la fe en la Yoga siguen siendo su herencia común. El mensaje tácito de sus enseñanzas es que la yoga no es una tradición estática, es un arte viviente que respira y crece constantemente a través de los experimentos y la experiencia que profundiza de cada practicante.

Fernandeo Pagés Ruiz, un columnista, periodista investigador y editor contribuyente de Yoga Journal, vive en Lincoln, Nebraska.

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