domingo, 23 de enero de 2011

El Legado de Krishnamacharya 2

Por Fernando Pagés Ruiz

Recobrando las raíces de la Yoga

Cuando Yoga Journal me pidió hacer un perfil del legado de Krishnamacharya, pensé que obtener la historia de alguien que murió hace apenas una década sería un trabajo fácil. Pero descubrí que Krishnamacharya sigue siendo un misterio, incluso para su familia. Nunca escribió una memoria completa ni aceptó crédito por sus muchas innovaciones. Su vida está envuelta en el mito. Aquellos que lo conocieron bien han envejecido. Si perdemos sus recuerdos, estamos en riesgo de perder más la historia de un de los adeptos al yoga más sobresalientes, estamos en riesgo de perder una comprensión clara de la historia de la vibrante tradición que hemos heredado.

Resulta intrigante considerar cómo la evolución de la personalidad de este hombre multifacético todavía tiene influencia sobre el yoga que practicamos hoy en día. Krishnamacharya empezó su carrera de enseñanza perfeccionando una versión estricta e idealizada del Hatha Yoga. Entonces cuando las corrientes de la historia la forzaron a adaptarse, se convirtió en un de los grandes reformadores de la Yoga. Algunos de sus estudiantes lo recuerdan como un maestro exigente y volátil, B.K.S Iyengar me dijo que Krishnamacharya pudo haber sido un santo, si no hubiera sido tan malhumorado y egoísta. Otros recuerdan a un mentor gentil que apreciaba su individualidad. Desikachar, por ejemplo, describe a su padre como una persona amable que frecuentemente se ponía las sandalias de su gurú muerto sobre su propia cabeza en un acto de humildad.

Estos dos hombres permanecen siendo extremadamente fieles a su gurú, pero conocieron a Krishnamacharya en diferentes etapas de su vida, es como si recordaran a dos personas distintas. Características aparentemente opuestas todavía se pueden ver en los tonos contrastantes de las tradiciones que inspiró – algunas suaves, algunas estrictas, cada una con un atractivo para personalidades diferentes y dándole profanidad y variedad a nuestra práctica de Hatha Yoga todavía en evolución.

Surgiendo de las sombras



El mundo yoga que Krishnamacharya heredó a su nacimiento en 1888 se veía muy diferente al de hoy en día. Bajo la presión de la dominación colonial británica, el Hatha Yoga casi había desaparecido. Sólo quedaba un pequeño círculo de practicantes hindúes. Pero a mediados del siglo XIX y principios del XX, un movimiento de revitalización le dio nueva vida a la herencia cultural de la India. Siendo un hombre joven Krishnamacharya se sumergió en esta empresa, aprendiendo muchas disciplinas hindúes clásicas, incluyendo el sánscrito, la lógica, el ritual, la ley y las bases de la medicina hindú. Con el tiempo canalizaría estos amplios antecedentes en el estudio de la Yoga, en la que sintetizó la sabiduría de estas tradiciones.

De acuerdo con notas autobiográficas que Krishnamacharya hizo casi al final de su vida, su padre lo inició en la Yoga a la edad de cinco años, cuando empezó a enseñarle los sutras de Patajali y le dijo que su familia era descendente de un yogui reverenciado del siglo XIS, Nathamuni. Aunque su padre murió antes de que Krishnamacharya llegara a la pubertad, le infundió a su hijo una sed general de conocimientos y un desde específico de estudiar Yoga. En otro manuscrito, Krishnamacharya escribió que “cuando todavía era un mocoso”, aprendió 24 asanas de un swami del Sringeri Math, el mismo templo que le dio nacimiento al linaje de Sivananda Yogananda. Entoces, a la edad de 16 años hizo una peregrinación al santuario Nathamuni en Alvar Tirunagari, en donde encontró a su legendario antecesor durante una visión extraordinaria.

Como Krishnamacharya contó la historia siempre, se encontró a un viejo en la entrada del templo que le señalo una huerta de mangos cercana. Krishnamacharya caminó a la huerta en donde colapsó, exhausto. Cuando se levantó, se dio cuenta de que se habían reunido tres yoghis. Su ancestro Nathamuni estaba sentado en el centro. Krishnamacharya se postró ante el y le pidió instrucción. Durante horas, Nathamuni le cantó versos del Yogarahasya (en sánscrito “La esencia de la Yoga”), un texto de más de mil años de antigüedad. Krishnamacharya memorizó y más adelante transcribió estos versos.

Las semillas de muchos elementos de las enseñanzas innovadoras de Krishnamacharya se pueden encontrar en este texto (traducción al inglés de T.K.V. Desikachar, Krishnamacharya Yoga Mandiram, 1998). Aunque la leyenda de su autoría puede parecer extravagante, señala una característica importante en la personalidad de Krishnamacharya: Nunca afirmó originalidad. Desde su punto de vista, la Yoga le pertenecía a Dios. Todas sus ideas, originales o no, las atribuía a textos antiguos o a su gurú.

Después de su experiencia en el santuario de Nathamuni, Krishnamacharya continuó su exploración de una panoplia de disciplinas clásicas hindúes, graduándose en filología, lógica, divinidad y música. Practicó Yoga de los rudimentos que había aprendido a través de textos y la entrevista ocasional con un yogui, pero ansiaba estudiar Yoga más profundamente como se lo había recomendado su padre. Un maestro de la universidad vio a Krishnamacharya practicando sus asanas y le aconsejó buscar a un maestro llamado Sri Ramamohan Brahmachari, uno de los pocos maestros de Hatha Yoga que quedaban.

Sabemos poco de Brahmachari excepto que vivió con su esposa y sus tres hijos en una cueva distante. Según el relato de Krishnamacharya, se pasó siete años con este maestro, memorizando el Yogasutra de Patanjali, aprendiendo asanas y pranayama y estudiando los aspectos terapéuticos de la Yoga. Durante su aprendizaje, Krishnamacharya aseguraba, dominó 3,000 asanas y desarrolló algunas de sus habilidades más sorprendentes, como detener su pulso. A cambio de su enseñanza, Brahmachari le pidió a su leal estudiante que regresara a su tierra natal a enseñar Yoga y establecer un hogar.

La educación de Krishnamacharya lo había preparado para tener una posición en varias instituciones de prestigio, pero renunció a esta oportunidad, escogiendo respetar la solicitud de su gurú. A pesar de todo su entrenamiento, Krishnamacharya regresó a casa a la pobreza. En la década de 1920 enseñar Yoga no era remunerable. Había pocos estudiantes y Krishnamacharya se vio forzado a tomar un empleo como capataz en una plantación de café. Pero en sus días libres, viajaba por toda la provincia dando conferencias y demostraciones de Yoga. Krishnamacharya buscó popularizar la Yoga demostrando las siddhis, las habilidades supranormales del cuerpo yogui. Estas demostraciones, diseñadas para estimular el interés in una tradición que tendía a desaparecer, incluían detener su pulso, detener carros con las manos, hacer asanas difíciles y levantar objetos pesados con los dientes. Para enseñarle Yoga a la gente, sentía Krishnamacharya, primero tenía que llamar su atención.

Por medio de un matrimonio arreglado, Krishnamacharya respetó la segunda petición de su gurú. Los yoghis antiguos eran renunciantes, que vivían en el bosque sin hogares o familias. Pero el gurú de Krishnamacharya quería que el aprendiera acerca de la vida familiar y que enseñara una yoga que beneficiara al cabeza de familia moderno. Al principio, esto probó ser un camino difícil. La pareja vivía en tal pobreza que Krishnamacharya usaba un taparrabo hecho de un pedazo de tela arrancado del sari de su esposa. Más tarde recordaría este periodo como el más difícil de su vida, pero las dificultades sólo apuntalaron la enorme determinación de Krishnamacharya para enseñar Yoga.

Continuará

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